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15/09/2020
Jugué al tenis desde muy chico, pero las lesiones me dejaron al margen y tuve que dejar de pensar en ser profesional. Por suerte, desde mi vocación, puedo estar ligado a ese deporte como preparador físico y entrenador en la academia de Juan Pablo Brzezicki. Además, coordino un grupo de adultos en el club Haedo Sur.
Cuando se declaró la cuarentena allá por marzo yo estaba en un viaje en un pueblo de Santa Fe con algunos jugadores profesionales, en un torneo de nivel nacional. Estábamos en octavos de final y hacía tres días que vivíamos en la provincia, cuando llamaron desde la Federación a los organizadores para avisarles que debían suspenderlo. Había chicos de todo el país.
Nosotros estábamos en los dormis del club y esa misma tarde se fue todo el mundo por el miedo que empezaba a provocar la pandemia. Yo me quedé a cargo de los siete chicos que estaban conmigo y quedamos solos en el club. Nos dijeron “arreglense”... y nos dejaron ahí. Fue fuerte desde el principio. Nos volvimos con la incertidumbre de qué se venía.
Pero más allá de las incógnitas, había una seguridad: dejaríamos de poder trabajar y jugar en las canchas. La primera quincena del confinamiento fue de muchas dudas y ver cómo seguir. Surgió ahí la propuesta de llevar al Zoom la idea de la preparación física.
Y en cuanto a lo que es el tenis, se pudieron llevar algunas cosas a la virtualidad, como el apoyo específico, algunos desplazamientos y gestos técnicos. Pero obviamente faltaba la pelotita y poder jugar de manera normal en una cancha. Pero eso fue lo primero que se pensó para que nos ayude económicamente un poco y aliviar a algunos profesores.
Semana a semana fue muy duro. Se vieron clubes que cerraron porque no pudieron sostener más la situación, canchas de tenis que se iban deteriorando y, en mi caso, fue todas las semanas preguntarle al director de la academia si volvíamos o no.
Nuestra academia está montada en el club Estudiantil Porteño, en La Matanza, que fue de los últimos partidos del conurbano en implementar aperturas. Fue un sufrimiento constante. No entendíamos la problemática porque en el tenis son dos personas que están separadas por una distancia bastante amplia, donde las pelotas las toca sólo el entrenador y hay un protocolo donde se llega al club con barbijo, te toman la temperatura, te higienizas con alcohol en gel. Nos preguntábamos: ¿Qué es lo que falta? Por suerte, al fin se habilitó.
La gente está muy feliz de volver y los clubes están desbordados. En estos días aún me estoy organizando. Ahora, con la luz verde hay un cambio y un boom. Uno de los clubes donde trabajo tiene cuatro canchas dentro de una sociedad de fomento, y la verdad es que antes de la pandemia, donde ya había un principio de crisis económica en el país, llamabas para reservar cancha y el mismo día encontrabas para alquilar.
De repente me encontré reservando de un lunes para un sábado para darle clases a un alumno. ¿Entendí bien? ¿El lunes estoy sacando el último hueco para el sábado que viene? Sí, la verdad que fue increíble el furor. La gente estaba con muchas ganas de jugar. Hay muchos alumnos que antes de la pandemia no estaban jugando y volvieron.
Se juntó todo: los alquileres, los profes que estaban en el club y los que estaban esperando que haya aperturas. Esperemos que siga así, pero lo cierto es que desde la habilitación tuvimos un renacer que tapó todo lo malo que pasamos durante la cuarentena.